Ante la violencia filio-parental: Prevención
Los profesionales de la salud mental infanto-juvenil observan cada vez más como niños, niñas y adolescentes con comportamientos disruptivos, poco a poco van creciendo en agresividad y convirtiendo estas conductas en violentas hacia sus progenitores. Este tipo de violencia está creciendo tanto a nivel nacional como internacional, así como casos extremos, en los que los progenitores se ven obligados a interponer denuncias cuando son maltratados por hijos/as menores o jóvenes.
El comportamiento de malos tratos de los/las adolescentes hacia sus ascendientes no llega de la noche a la mañana sino que tiene una trayectoria más o menos larga. Quizá, las primeras manifestaciones no alcanzaban la entidad suficiente para que los progenitores pudieran identificarlas como hechos de gravedad, pero ya apuntaban a una problemática en las dinámicas familiares. Si la situación no se frena, puede progresar en una escalada de conductas violentas que llegan a hacer insoportable la convivencia.
Los rápidos cambios sociales de las últimas décadas, con una incorporación progresiva de la mujer al mercado laboral y la falta de conciliación familiar que constatamos que existe actualmente en la mayoría de trabajos, han traído consigo modelos de familia con repartos de roles poco definidos y una falta de habilidades parentales para la disciplina educativa.
La permisividad excesiva de los padres, madres; no ejercer una autoridad competente con una jerarquía bien delimitada y unos límites claros es, sin duda, un factor de riesgo en nuestras sociedades avanzadas. Las causas que se consideran más relevantes a la hora de desarrollar disfuncionalidades, apuntan a las competencias parentales y las relaciones familiares: el exceso de autoridad o la sobreprotección y los miembros familiares como modelos de conducta. La excesiva autoridad no es, por tanto tampoco, predictor de buen resultado cuando buscamos una crianza positiva.
EL análisis de los conflictos familiares al realizar un diagnóstico sistémico, permite acercarse a las realidades de las familias, obteniendo información fiable para evaluar más detalladamente las causas y consecuencias de las conductas disruptivas de los hijos/as y de los patrones de comunicación no adecuados entre padres/madres y sus hijos/as. Un/a terapeuta familiar puede ayudar a la familia a realizar este análisis completo.
En un problema familiar de estas características, se debe abordar el sistema en su conjunto para poder conocer las transacciones que hacen entre sí sus miembros, el estilo de comunicación que utilizan, los roles que desempeñan, conocer las creencias y valores compartidos, qué jerarquía de poder han establecido y todo el esquema estructural que han creado.
Una vía para la posible resolución del problema de la violencia filio-parental puede ser la intervención en los contextos educativos más tempranos de los jóvenes y por medio de la prevención sobre agentes comunitarios.
Prevenir este tipo de violencia debe ser una prioridad para el conjunto de la sociedad, y el abordaje se debe comenzar por una prevención primaria, cuando el problema aún no ha aparecido en el comportamiento de nuestros/as niños, niñas, adolescentes.
Si incluimos dentro de nuestra cultura la necesidad primordial de desarrollar una comunicación asertiva promoviendo un desarrollo de la misma, estamos favoreciendo la creación de un espacio seguro, de un espacio confiable, de un espacio relacional de calidad. Esto afecta a nuestras relaciones interpersonales en todas las esferas de nuestras vidas, por tanto, contribuye también enormemente al bienestar comunitario y es, sin duda, herramienta para la extinción de conductas abusivas o violentas.
Visibilizar la conducta violenta nos hace crear una mayor conciencia crítica sobre el problema, nos dota de estrategias para su reconocimiento en todos los ámbitos de la vida y nos da la oportunidad de no ser indulgentes ante conductas que son intolerables, contribuyendo así a crear una sociedad más responsable, libre e igualitaria.
Me gustaría resaltar que hay que hacer un trabajo importante con los/las educadores/as (padres, madres, progenitores…) e incidir en la necesidad de crear unos estilos educativos adecuados, ejerciendo una autoridad competente y ajustada a las necesidades emocionales de los niños/as y adolescentes. Sin estos modelos de familia capaces de poner límites sanos y normas comprensibles, los resultados predeciblemente no serán los deseados. Es por ello pues imprescindible una gran implicación y colaboración de estos/as educadores/as en la asunción, incorporación e integración de las pautas educativas que se vayan facilitando durante la realización de cualquier Programa de prevención en el que participen.